Antes de que existiera ni siquiera la brújula, los vikingos, maestros ancestrales de la guerra y sobre todo la navegación, podían
 orientarse a través de la niebla, en altamar, gracias a un sofisticado 
método de posicionamiento solar, basado en la denominada 'piedra del 
sol'. 
Básicamente, estas piedras les permitían 
corroborar la dirección de la polarización de la luz. Las ondas 
electromagnéticas de la luz oscilan de forma perpendicular a la 
dirección en la que viaja. Así, cuando todas las oscilaciones apuntan a 
una misma dirección, la luz se encuentra polarizada. Con la ayuda de un 
cristal polarizador, es posible detectar incluso los más débiles rayos 
de luz y determinar la posición del Sol, sin importar lo cubierto que 
esté el cielo, o la niebla que exista en la atmósfera. 
El método no solamente fue abrumadoramente ingenioso, sino que permitió un sistema de navegación que, a diferencia de otras regiones del mundo, se vio obligado a prescindir de las estrellas.
 Es que durante el 'día polar', en las altas latitudes de las vías 
acuáticas escandinavas, la luz no permite observar astro alguno, más 
allá del Sol. Curiosamente, si la brújula hubiese existido en 
aquel tiempo, tampoco habría servido de mucho, puesto que la exactitud 
del magnetismo baja sensiblemente al acercarse al polo.
La 'piedra del sol' fue puesta a prueba científica en 2005,
 cuando un equipo de expertos logró atravesar el Océano Ártico a bordo 
del rompehielos sueco Odin, determinando exitosamente la posición del 
Sol en variadas condiciones meteorológicas. Más allá de este verdadero 
GPS ancestral, son muchos los estudiosos que sostienen que a los
 vikingos les bastaba con observar el vuelo de las aves, o las rutas 
migratorias de las ballenas, para poder orientarse en altamar.
BBC

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