El diamante Hope, también conocido como diamante azul o joya de mar, es
una de las gemas más espectaculares del mundo, con un intenso color azul
marino y un peso estimado en más de 45 quilates. Con el tamaño de un
nogal, la piedra preciosa vale más de 250 millones de dólares. Sin
embargo, son pocos quienes quisieran poseerla, pues se dice está
acompañada de una terrible maldición.
De acuerdo con la leyenda, el diamante originalmente adornaba el tercer ojo de la diosa Sita en un templo de la India. Un corrupto sacerdote hindú lo robó y, como castigo, sufrió una lenta y agonizante muerte. Tras ser descubierto en las minas de Golconda, cerca del río Kistna al sureste de la India, la joya llegó a Europa en 1642 en las manos de un comerciante francés quien lo vendió al rey Luis XVI por una fortuna. Aquel comerciante posteriormente sería mutilado a muerte por una manada de perros salvajes.
El diamante permanecería con la familia real hasta ser robado en 1792, durante la revolución francesa. El rey Luis XIV y María Antonieta, ambos decapitados, a menudo son considerados las víctimas más celebres de la maldición del brillante, asociada con un total de 20 muertes. En 1839, Henry Thomas Hope adquirió la joya, de quien recibió su nombre.
Tras la muerte de Hope, la gema perteneció a una larga lista de dueños, algunos de los cuales cometieron suicidio, fueron asesinados, se hallaron en bancarrota, fracasaron en sus matrimonios, perdieron la razón o cayeron en adicciones. Sin embargo al analizar la historia del diamante, su maldición se vuelve menos misteriosa, pues la gran mayoría de las personas sufren una desgracia en algún punto de sus vidas. La probabilidad de que la "maldición" se lleve a cabo es aún mayor, ya que incluye no sólo al dueño del tesoro sino también a sus amigos y familiares.
En realidad, la maldición del diamante Hope no fue más que una historia sensacionalista inventada por reporteros a finales de 1800. La mayoría de las tragedias atribuidas al brillante no son más que rumores sin comprobar. Aún así, es probable que la supuesta maldición haya llegado a su fin, pues únicamente el poseedor de un corazón puro, quien regalara (en vez de vendiera) la joya, podría romper el hechizo. Esto sucedió en 1958 cuando el joyero Henry Winston donó el brillante al Instituto Smithsoniano, donde puede ser visto hasta la fecha.
De acuerdo con la leyenda, el diamante originalmente adornaba el tercer ojo de la diosa Sita en un templo de la India. Un corrupto sacerdote hindú lo robó y, como castigo, sufrió una lenta y agonizante muerte. Tras ser descubierto en las minas de Golconda, cerca del río Kistna al sureste de la India, la joya llegó a Europa en 1642 en las manos de un comerciante francés quien lo vendió al rey Luis XVI por una fortuna. Aquel comerciante posteriormente sería mutilado a muerte por una manada de perros salvajes.
El diamante permanecería con la familia real hasta ser robado en 1792, durante la revolución francesa. El rey Luis XIV y María Antonieta, ambos decapitados, a menudo son considerados las víctimas más celebres de la maldición del brillante, asociada con un total de 20 muertes. En 1839, Henry Thomas Hope adquirió la joya, de quien recibió su nombre.
Tras la muerte de Hope, la gema perteneció a una larga lista de dueños, algunos de los cuales cometieron suicidio, fueron asesinados, se hallaron en bancarrota, fracasaron en sus matrimonios, perdieron la razón o cayeron en adicciones. Sin embargo al analizar la historia del diamante, su maldición se vuelve menos misteriosa, pues la gran mayoría de las personas sufren una desgracia en algún punto de sus vidas. La probabilidad de que la "maldición" se lleve a cabo es aún mayor, ya que incluye no sólo al dueño del tesoro sino también a sus amigos y familiares.
En realidad, la maldición del diamante Hope no fue más que una historia sensacionalista inventada por reporteros a finales de 1800. La mayoría de las tragedias atribuidas al brillante no son más que rumores sin comprobar. Aún así, es probable que la supuesta maldición haya llegado a su fin, pues únicamente el poseedor de un corazón puro, quien regalara (en vez de vendiera) la joya, podría romper el hechizo. Esto sucedió en 1958 cuando el joyero Henry Winston donó el brillante al Instituto Smithsoniano, donde puede ser visto hasta la fecha.
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