Transcurrían los calurosos días de agosto de 1951 en el tranquilo y pintoresco pueblo de Pont-Saint-Esprit, en el sur de la Francia rural. La pequeña villa, situada a las orillas del Ródano, se recuperaba lentamente de las penurias de la guerra y en los campos, los olivos y las viñas volvían a lucir como en sus mejores tiempos. La economía local, con ayuda del plan Marshall americano, comenzaba a salir a flote y todo hacía presagiar que los malos tiempos ya habían quedado atrás. Hasta que algo sucedió en el pueblo que quebró por completo la recién estrenada felicidad.
El 17 de agosto, las consultas de los tres médicos que tenía el
pueblo se llenaron de vecinos aquejados de síntomas similares; dolores
de cabeza y estómago, náuseas y vómitos, mareos… todo parecía apuntar a
una intoxicación colectiva por la ingesta de algún alimento. Los médicos
no tardaron en cerrar el cerco de la intoxicación en el pan de una de
las dos panaderías del pueblo, la panadería de Roch Briand.
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Vista de la histórica villa de Pont-Saint-Esprit
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Pero lo que en un principio parecía una simple intoxicación se tornó
en unas horas en algo nunca visto por los doctores. Muchos de los
enfermos comenzaron a mostrar síntomas más preocupantes como
convulsiones y alucinaciones. Una extraña locura se apoderó de cientos
de personas que corrían, gritaban y se agitaban sin control.
El Dr. Gabbai solicitó la ayuda del profesor Gerald de la Facultad de
Medicina de Montpellier para intentar, entre todos, hallar una solución
al problema. Mientras tanto se sucedían en las calles y casas del
pueblo los primeros intentos de suicidio y… las primeras muertes.
Apenas unos días después del primer brote, los infectados llegaban
casi a trescientos. Entre los enfermos los casos de alucinaciones tenían
cada vez consecuencias más catastróficas. Un enfermo con la mirada
perdida repetía sin cesar que él ya estaba muerto, una niña veía
continuamente a un tigre que quería atacarla, un muchacho de 11 años
trataba de estrangular a su propia madre, otro creía que tenía
serpientes en su estómago, un hombre saltaba desde un segundo piso al
grito de “¡Soy un avión!”, algunos se veían rodeados de llamas e incluso
un hombre pensaba que de su cuerpo brotaban flores rojas.
Las ambulancias no daban abasto para transportar a los enfermos más
graves a los hospitales cercanos. Todos hacían lo que podían pero en la
población se había instaurado un pánico colectivo que hacía casi
imposible la más mínima organización. La noche del 24 de agosto fue
calificada por uno de los médicos como “mi noche del Apocalipsis”. Otro
de los médicos, el Dr. Fuller comentó acerca de aquella noche “toda
aquella noche, coches, carretas, todo tipo de medios de transporte
trajeron al hospital a enfermos gimientes o aulladores, presa de
visiones de violencia o de miedo”.
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Pasado lo peor, se hizo balance de los afectados. Los informes de la
época reportan a casi trescientos infectados de mayor o menor gravedad
que fueron atendidos en el mismo pueblo o en los hospitales más
cercanos. Según las fuentes, entre cinco y siete personas perdieron la
vida, cuatro de ellos suicidándose a causa de las alucinaciones y el
resto por paradas cardio-respiratorias. La mayoría de los afectados se
recuperaron de la intoxicación en unas semanas sin mayores
consecuencias, pero entre cincuenta y sesenta personas hubieron de ser
ingresadas en distintos hospitales psiquiátricos pasando allí, algunos
de ellos, el resto de su vida.
¿Qué ocurrió durante aquellos días de agosto en Pont-Saint-Esprit?
¿Qué fue lo que indujo a esa locura momentánea a cientos de personas?
En un principio la confusión fue total y todos tenían alguna teoría
para explicar lo sucedido en el pueblo. Primero se acusó al panadero, un
antiguo candidato del Rassemblement du peuple français (RPF), protegido
de un consejero del general de Gaulle, luego a su ayudante, al agua de
las fuentes, a las modernas máquinas de batir, a potencias extranjeras, a
la guerra bacteriológica, al diablo, a la Compañía Nacional de
Ferrocarriles Franceses, al Papa, a Stalin, a la Iglesia e incluso a las
nacionalizaciones. La prensa local, a falta de un diagnóstico claro de
la enfermedad, exigía conocer la identidad de la persona o personas
responsables del mal. Como respuesta, las autoridades llegaron a ordenar
la detención de un molinero de Poitiers, que se encargaba del
abastecimiento de la harina empleada en Pont-Saint-Esprit, y fue
encarcelado en Nîmes sin tener en cuenta que el pan que se elaboró en la
otra panadería del pueblo se hizo con la misma harina y, en cambio, los
que lo comieron no sufrieron el contagio.
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Exterior de la antigua panadería de Briand
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Todos recordaron en aquella época los brotes de Coreomanía que se
sucedieron en el norte de Europa tiempos atrás en los que centenares de
personas sufrieron unos extraños contagios a causa del cornezuelo del
centeno, y que les hacían bailar hasta caer exhaustos.,
y según parece, el origen de los ataques alucinatorios de este lugar
también fueron causados por este mismo hongo. El ergotismo es una
enfermedad que sobreviene como consecuencia de la ingesta de pan
—especialmente de centeno— infectado por cornezuelo (Claviceps purpurea),
un hongo parásito que ataca a los cereales, y uno de cuyos alcaloides
principales es el ácido lisérgico. Fue el Dr. Thullier quien en 1670
relacionó la sintomatología observada con la intoxicación accidental por
cornezuelo. Desde entonces, los médicos han distinguido tres formas
principales de ergotismo: gangrenoso, convulsivo y alucinógeno. Y éste
fue el diagnóstico final que se dio al brote de Pont-Saint-Esprit, dando
el caso médico por zanjado, pese a que a muchos no les convenció
demasiado esta idea mientras se preguntaban el porqué el brote había
sido tan localizado y no había afectado a los pueblos de los
alrededores, consumidores de harina de la misma procedencia.
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Albert Hofmann, descubridor del LSD
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En este punto y antes de pasar a tiempos más actuales haré un pequeño
inciso en la visita al lugar desde Suiza de Albert Hofmann, descubridor
o “inventor” del LSD en 1938, que acudió al pueblo en un intento de dar
explicación para el repentino ataque de locura.
Pasaron los años y el tema fue quedando en el olvido, esporádicamente
algún investigador lo rescataba para exponer sus propias hipótesis como
la de R. L. Bouchet que aventuró la posibilidad de que la intoxicación
fuera provocada por la presencia de metilo de mercurio, un agente
fungicida actualmente prohibido pero empleado en el cultivo de los
cereales durante los años 50. Otra hipótesis fue la de C. Moreau que
apuntó a que el causante de la enfermedad fue el Aspergillus fumigatus, un moho que afecta a los cereales.
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Fotografía de época
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Pero los episodios epidémicos de Pont-Saint-Esprit vuelven a los
titulares en la actualidad por otra hipótesis bastante más alarmante y
atrevida. Una hipótesis que acusa directamente a la CIA como causante de
la infección.
El periodista estadounidense Hank Albarelli publicó
en 2009 un libro que recoge los resultados de su investigación sobre
experimentos secretos que la CIA llevó a cabo en el período de la Guerra
Fría. Según el periodista, ampliamente citado por la prensa francesa,
el “pan maldito” de Pont-Saint-Esprit contenía dietilamida de ácido
lisérgico, o LSD, que la CIA pretendía examinar sus efectos.
Supuestamente, la CIA quiso primero esparcir el LSD sobre
Pont-Saint-Esprit desde el aire, pero el método no funcionó, así que la
sustancia fue agregada finalmente a la harina de pan. Ciertos colaboradores de la farmacéutica suiza Sandoz, que inventó el LSD en 1938, hacen referencia al “secreto de Pont-Saint-Esprit” y a “dietilamida” en una conversación con agentes de la CIA que Albarelli reproduce en su libro.
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En el libro titulado “Un error terrible: El asesinato de Frank Olson y
experimentos secretos la CIA durante la Guerra Fría”, Albarelli no se
muerde la lengua y asegura sin tapujos que la SOD (Departamento Especial
de Operaciones) y la CIA (Agencia Central de Inteligencia), realizaron
en este pequeño pueblo un experimento biológico y que lo hicieron ante
las narices de los servicios secretos franceses.
Parece ser que el libro está muy bien documentado y que Albarelli
habría recopilado información confidencial que apuntaría claramente
hacia este hecho. Tal es así que el gobierno francés, tras la
publicación del libro, ha exigido explicaciones al gobierno de los EE.UU.
Según parece, los laboratorios Sandoz en Suiza habrían sido los
suministradores de LSD tanto del Ejército como de la CIA. Los
experimentos con alucinógenos tenían como fin el control mental de la
población y habrían estado dirigidos por la División de Operaciones Especiales de Alto Secreto del Ejército de los EE.UU en Fort Detrick,
Maryland. En un principio estaba programado realizar el experimento en
el metro de Nueva York, pero las incertidumbres y los miedos de que tal
afrenta al pueblo americano saliera a la luz hicieron que cambiaran los
planes. Cuanto más lejos mejor y ¿Por qué no? Un pequeño pueblo de la
Provenza francesa al que nadie prestaría demasiada atención y donde,
precisamente, acudiría Albert Hofmann para supuestamente prestar ayuda
y, ya de paso, realizar el informe sobre los efectos en la población del
experimento.
A priori puede parecer una acusación bastante arriesgada, pero las
fechas cuadran bastante bien. Pocos años después comienzan en EE.UU los
experimentos controlados con voluntarios para ver los efectos de las
drogas psicoactivas, especialmente el LSD, psilocibina, mescalina, la
cocaína, la alfa-metiltriptamina y N-dimetiltriptamina. Todos
recordaréis sin duda la famosa novela y película “Alguien voló sobre el nido del cuco“, que se inspiró precisamente en estos experimentos.
Albarelli dijo que la verdadera “pistola
humeante” era un documento que la Casa Blanca envió a los miembros de la
Comisión Rockefeller creada en 1975 para investigar abusos de la CIA.
Contenía los nombres de un número de ciudadanos franceses que habían
sido secretamente contratados por la CIA y hacía referencia directa al
“incidente de Pont-Saint-Esprit.” En su afán por investigar al LSD como
un arma ofensiva, Albarelli denunció además que el Ejército de los EE.UU
drogó a más de 5.700 militares estadounidenses que no fueron
voluntarios entre 1953 y 1965.
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Los habitantes de Pont-Saint-Esprit todavía quieren saber por qué se
vieron afectados por tales escenas apocalípticas. “En ese momento la
gente especuló con la teoría de un experimento destinado a controlar una
revuelta popular”, dijo Charles Granjoh, de 71 años.
“Casi estiro la pata”, dijo a la revista francesa Les Inrockuptibles. “Me gustaría saber por qué.”
¿ Podrá el anciano Granjoh saber esa verdad algún día?
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